Había sido un día duro, Martín todavía no daba crédito de lo que le había pasado. Solo habían pasado unas horas desde lo sucedido, la herida estaba todavía en caliente. Teresa, la mujer de Martín, sabía que no debía decir nada. Muchas veces había recibido malas contestaciones de su esposo cuando éste perdía al ajedrez, ella no lo entendía, como un simple jueguecito podía ponerle de tan mal humor. En esos casos, era mejor callar, por dentro de sí misma se reía. En el fondo se le veía gracioso cabreado, se sentía un poco culpable por ello, pero no podía evitar ver aquello como algo cómico.
-Y se me cae la bandera… Mi rival no se había dado cuenta, ¿desde cuando los árbitros hablan?- Musitó Martín entre dientes. Teresa lo conocía demasiado bien, no iba a picar, sabía que debía seguir en silencio, ella mientras tanto se entretenía leyendo una novela de terror.
-Tantos años jugando, tanto tiempo en este deporte… Y el árbitro me canta la bandera cuando casi estaba dando mate- El tono de Martín era débil, como si sólo se lo quisiese reafirmar. Teresa seguía intrigada con la trama de su novela, aunque no pudo evitar soltar una carcajada silenciosa en su interior al escuchar la palabra “deporte” para referirse al ajedrez.
-Ni que fuésemos prescolares, deberían de sancionar a ese árbitro por hablar durante la partida- Las quejas eran injustificadas, no hacía mucho se había puesto en vigor la nueva normativa, en la que quedaba bien claro que los árbitros podían intervenir en la partida para determinadas cosas.
-¿No tienes sueño?- Le dijo Teresa algo divertida. Había finalizado el capítulo que estaba leyendo de su novela y decidió hablar un poco con su esposo, a ver si podía animarle.
-No, tú no lo entiendes, no sabes lo frustrante que es bajar de elo ahora, cuando estaba tan cerca de sobrepasar los 1600- A Martín le obsesionaba demasiado ese numerito pensaba su esposa. Teresa probó algo que jamás había intentado.
-¿Por qué no me enseñas la partida, y tratas de explicarme dónde te has equivocado?- Martín estaba estupefacto, su mujer jamás se había mostrado interesada por el ajedrez, pero esta oportunidad no la podía dejar pasar por nada del mundo. Se levantó, fue a por el tablero y lo llevó a la cama.
Estuvo un buen rato explicándole a su esposa, de principio a fin, como había ido la partida. Lo sorprendente, es que consiguió hasta olvidar el resultado. Descubrió muchos errores, muchas cosas que pudo hacer mejor y esa sensación era nueva. Se dio cuenta de que jamás había analizado una partida perdida… Rápidamente se percató de todo lo que se había estado perdiendo. Esa noche aprendió mucho de ajedrez, pero también cayó en la cuenta de algo… Tanto tiempo había estado obsesionado con la victoria y con el Elo, que había olvidado todo lo que el ajedrez le ofrecía además de reconocimiento. Martín durmió como un bebé, agradecido a dos mujeres, a Caissa, la Diosa del ajedrez y Teresa, su adorable esposa.
Es muy cierto,se aprende mas de las derrotas que de las victorias, cuando se tiene la humildad de reconocer que todos cometemos errores y que siempre habrá alguien mejor que nosotros.